Goya. Valor varonil de la célebre Pajuelera en la de Zaragoza. 1816. |
A pesar de que conozco algunos estudios que se ocupan sobre la imagen de la mujer a finals del siglo XVIII y principios del XIX -el más reciente, aunque no exclusivamente de asunto femenino, el magnífico libro publicado por Álvaro Molina, Mujeres y hombres en la España ilustrada-, ignoraba que, a mediados de la centuria, una vendedora de pajuelas se había hecho famosa como torera en la plaza de Zaragoza y se había hecho merecedora de la atención de Goya. Se trata de Nicolasa Escamilla que, además de torear a pie, también era capaz de hacerlo a caballo, garrocha en ristre.
Vargas Ponce, antitaurino confeso y misógino famoso por su Proclama de un solterón, escribe sobre ella, siguiendo en esto muy estrechamente al Padre Sarmiento: «No hace muchos años que en Madrid se presentó en la plaza pública una mujer para torear, y que de hecho toreó. Llamábanla Pajuelera,
porque cuando mozona había vendido alguaguidas o pajuelas de azufretes
en un cuarto. Este fenómeno ha sido la ignominia del devoto femíneo
sexo, que tiene adherente la compasión, y la afrenta del indiscreto sexo
barbado que toleró y dió licencia para que saliese al público semejante
monstruosidad. [...] ¿Qué ha sido aquello, sino ridiculizar la fiesta
de los toros?» A lo que, siguiendo de nuevo a Sarmiento, añade que Quevedo habría jugado con todos los equívocos derivados de ver el toro toreado por una mujer «ante tanto marido» [José Vargas Ponce, Disertación sobre las corridas de
toros compuesta en 1807 por D. José Vargas Ponce, edición ordenada y
revisada por D. Julio F. Guillén Tato, Madrid: Real Academia de la Historia, 1961, p. 82].
En el dibujo preparatorio, realizado en sanguina, la mujer conserva más rasgos femeninos, que son claramente desdibujados en la estampa final, para acentuar la virilidad, la fortaleza y valentía de la Pajuelera. En esta, el caballo, desde el que Nicolasa se enfrenta al toro, tapa al chulo o peón de brega que le auxilia sujetando al équido, es decir el asistente que en el XIX recibiría el nombre cómico de «monosabio». La presencia de este subalterno se aprecia más claramente en la sanguina, lo que demuestra la intención expresa de Goya de ocultarlo en la estampa final para evitar figura que pueda distraer la mirada y oscurezca el protagonismo de «La Pajuelera».
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