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miércoles, 30 de enero de 2013

«Discurso en defensa del talento de las mujeres» (II)

Como recordaba en la entrada anterior, el texto que publica el Memorial literario se encuadra en la polémica suscitada sobre si las mujeres debían o no ingresar en la Sociedad matritense. Josefa de Amar trata de contrarrestar las reticencias expresadas por Francisco Cabarrús, al ingreso de las señoras.

«Es seguro que todas las mujeres no deben ser admitidas a la Sociedad, como tampoco son del caso para ella todos los hombres. Pero supuesto que nuestro impugnador no niega que hay algunas capaces de grandes combinaciones, de una constante meditación, de la constancia y sigilo necesario, sería declarada injusticia confundir a éstas en una misma sentencia con las petulantes, caprichosas y frívolas. El elegir y distinguir aquéllas de éstas, toca a los que gobiernan el cuerpo. Señalen leyes estrechas, y precisas, y no se aparten nunca de su observancia. Confundir al reo con el inocente, al sabio con el ignorante; es el colmo de la tiranía, y los Amigos del País no deben ser nunca sus tiranos. Dígase por ejemplo  que si una mujer tuviere las prendas arriba indicadas, o fuere más aplicada que las otras, si presenta a la Sociedad una memoria digna, sobre cualquiera de los puntos que ésta abraza, o si hace algún descubrimiento en beneficio del país; en una palabra, dígase, que la que lo merezca, será admitida Socia, y podrá concurrir siempre que quiera. De este modo, ni los Señores que componen la Junta, tendrán facultad de admitir sino a las mujeres que lo merezcan, ni éstas solicitarán esta distinción como hermosas, ni como petimetras, sino como aplicadas, y útiles a la Patria».
          
           Desde luego, que la afición al lujo, a las modas, y la falta de interés por desarrollar sus talentos de buena parte de las mujeres era un inconveniente para deshacer los prejuicios de muchos hombres, por eso, Josefa insistía:

          «Si lo que ahora las aparta, es su continua distracción, y puerilidad, los Amigos del País, deben trabajar en corregir estos defectos, y se remediará el daño. Señalen premios, y estímulos a las mujeres aplicadas y laboriosas: sea uno admitirlas a la Sociedad, y entonces es natural que procuren merecerlo. Mientras no se haga así, y se las considere como un miembro podrido, o separado del cuerpo Social, ¿qué progresos pueden hacer? Ya sabemos cuanto influjo tiene en todo la opinión; y así la mala, en que los hombres tienen ahora a las mujeres, es suficiente para mantenerlas siempre en la ignorancia».

Y aun más, no se recataba a la hora de señalar que los hombres también podían incurrir en los defectos que, por lo general se señalaba a las mujeres, como el de la falta de discreción:

          «La que sea digna del título de Socia, por las razones que acabamos de decir, también sabrá guardar el sigilo que le corresponda, porque el creer, que todas las mujeres son habladoras indiscretas, tiene muchas, y muy justas excepciones. Baste reflexionar de paso, que sin entrar a las deliberaciones de los Tribunales, de los Consejos, de las Academias, ni Sociedades, no hay conferencia en todos estos cuerpos por secreta que sea, que no llegue a divulgarse, citando muchas veces hasta los sujetos  que fueron de este dictamen o del otro. No son seguramente aquellas, las que revelan estos misterios de Estado, o de Gobierno, o de Política, en que no intervienen. Siendo pues, los hombres los que los publican, no digamos, que el sigilo es un carácter distintivo de su sexo. Por el contrario, se pudieran citar tantos, o más ejemplos de la sabiduría, prudencia y valor de las mujeres, como de su constancia en guardar secreto, pero son tan obvios, que cualquiera lo sabe. [...].»
 
O la falta de preparación en algunas materias:


         «Cuando se erigieron las Sociedades económicas, pocos eran los que sabían, qué asuntos podían pertenecerles. Con todo muchos se alistaron a ciegas, llevados más de la curiosidad que produce un establecimiento nuevo, y de la gloria de ver alistados sus nombres, con otros que tenían por ilustres, que de amor a la patria, ni deseo de su felicidad. Enterados con el tiempo del objeto de estos establecimientos, unos se aplicaron a estudiar estas nuevas materias, y otros dejaron de concurrir, desacreditando lo que no entendían, pareciéndoles esto más fácil, que instruirse. Sin embargo, en todas las Sociedades ha quedado un número competente de Individuos, que no tienen los principios elementales, que desea el ilustre Socio que se opone a la admisión de las mujeres, por esta ignorancia. Pero aún concedida ésta, comparada con la de algunos hombres, pudieran pretender la preferencia las mujeres, por la mayor facilidad con que se imponen en los asuntos, y por los primeros pensamientos oportunos que suelen tener, para resolver con ventaja ciertas dificultades.»


En fin, convencida de que muchas mujeres tenían mejor disposición y no pocas cualidades para suplir sus faltas, resolvía la cuestión de forma tajante:

«Concluyamos, pues, de todo lo dicho que si las mujeres tienen la misma aptitud que los hombres para instruirse; si en todos tiempos han mostrado ser capaces de las ciencias, de la prudencia, y del sigilo, si han tenido y tienen las virtudes Sociales; si su aplicación puede ser conveniente a ellas mismas y al estado; si puede ser un remedio a los desórdenes que tanto se gritan, el aplicarlas a los asuntos que comprehende la Sociedad; si el peligro, que amenaza a ésta de su concurrencia es remoto; y aun éste puede precaverse  no admitiendo sino a las que sean verdaderamente dignas de ello; si no es nuevo en el mundo que intervengan a las deliberaciones; si actualmente ocupa una mujer la Presidencia de las ciencias en una Corte de Europa, que es más que sentarse como individuo en un cuerpo, las materias que trata nunca son tan abstractas; y si en fin se trata de hacerlas amigas del país, lo cual sería en mucha utilidad éste, con tales hipótesis, lejos de ser perjudicial la admisión las mujeres, puede y debe ser conveniente».


Zaragoza y Junio 5 de 1786. Josefa Amar

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