Como bien explicara mi maestro Alberto González Troyano en su libro El torero, héroe literario, fue en el siglo XVIII cuando se dignificó la figura del matador de toros, del torero a pie, que disputó la gallardía a los que practicaban el arte del rejoneo o toreo a caballo, esos que también recibían al toro acompañados o no de varilargueros, esto es, los que en la actualidad se conocen como «picaores».
Y es que, por primera vez, el oficio o arte que practicaban las personas del pueblo llano, era llamado a merecer el lauro que los poetas solían reservar a los héroes marciales, a los soldados victoriosos o, mejor aún, a los militares de alta graduación distinguidos por el laurel de la victoria.
El poema, «A Pedro Romero, torero insigne», insiste fundamentalmente en la juventud de Pedro Romero, nacido en 1754, que toreó en Madrid por primera vez en 1775, y junto con su padre, Juan, continuó haciéndolo hasta 1778 o 1779.
Esta vindicación del torero no fue excepcional y cabe recordar que Goya le dedicó varias de sus pinturas, como la que aquí sigue, que se conserva en El Prado:
Por otra parte, el carácter enigmático de estos héroes resuena en la caracterización del protagonista de Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), lo que aún pone de manifiesto la singularidad de su figura y, en el caso de la obra del Duque de Rivas, los recelos que despierta en el marqués de Calatrava.
Los toreros de a pie evidentemente arriesgaban su vida mucho más que los que lo hacían a caballo y eso provocaba la admiración popular que rápidamente los convertía en héroes por la marcialidad de la puesta en escena. Al fin y al cabo se trata de la lid entre el hombre y el toro.
Y es que, por primera vez, el oficio o arte que practicaban las personas del pueblo llano, era llamado a merecer el lauro que los poetas solían reservar a los héroes marciales, a los soldados victoriosos o, mejor aún, a los militares de alta graduación distinguidos por el laurel de la victoria.
El poema, «A Pedro Romero, torero insigne», insiste fundamentalmente en la juventud de Pedro Romero, nacido en 1754, que toreó en Madrid por primera vez en 1775, y junto con su padre, Juan, continuó haciéndolo hasta 1778 o 1779.
Esta vindicación del torero no fue excepcional y cabe recordar que Goya le dedicó varias de sus pinturas, como la que aquí sigue, que se conserva en El Prado:
Pedro Romero matando a toro parado. |
Los toreros de a pie evidentemente arriesgaban su vida mucho más que los que lo hacían a caballo y eso provocaba la admiración popular que rápidamente los convertía en héroes por la marcialidad de la puesta en escena. Al fin y al cabo se trata de la lid entre el hombre y el toro.
6 comentarios:
En cierto modo la evolución del toreo no dejaba de reflejar los cambios sociales y de mentalidad. También la valoración de lo popular por las clases ilustradas e incluso las de origen aristocrático, como era el caso de Moratín,aunque procediese de la pequeña nobleza. Por otra parte no faltaron liberales confesos entre los toreros de la primera mitad del XIX.
Una espléndida entrada.
Saludos cordiales.
Ángel Aponte, Retablo de la Vida Antigua
Gracias, Ángel. No sé a qué toreros del XIX te refieres y me gustaría conocerlos, pero no estoy tan de acuerdo con la apreciación de lo popular por parte de los ilustrados. Diría que, al contrario, en el XVIII es cuando se produce el divorcio entre la cultura popular y la letrada, aunque algunos trabajaran por la divulgación de la segunda.
Un saludo cordial.
Fueron liberales declarados Juan Leòn y Roque Miranda, en tiempos de Fernando VII. Más tarde, Cúchares participó en los sucesos de 1854. Podrían citarse más ejemplos. Hubo festejos taurinos, además, para celebrar la vuelta del régimen constitucional en 1820 en distintos puntos de España.
En la otra cuestión, debo aclarar que por "clases ilustradas" entiendo a los sectores sociales de formaciòn mediana y superior no necesariamente a los partidarios del reformismo ilustrado. Creo que el gusto por lo popular tendió a crecer en esas capas sociales desde finales del setecientos. Las obras de Capmany, Goya, Carnicero, Bayeu, Ramón de la Cruz o Moratín podrían ser referencias válidas al respecto.
Mis saludos,
Ángel Aponte.
Gracias, Ángel,por la información. Y aprovecho para plantearte a este propósito una nueva cuestión sobre la que no tengo aún opinión formada.
Cuando sucedía un acontecimiento como el que dices del regreso al constitucionalismo de 1812 en el Trienio solía celebrarse con algún tipo de ritual y con una serie de fiestas populares para que el pueblo llano fuera consciente de la necesidad de mostrar la alegría por este evento. Ya sean corridas de toros, funciones de teatro o de diversiones más populares como los espectáculos ópticos. Ahora bien, que participaran determinados actores, toreros o fantasmagóricos ¿significa que "comulgaran" ideológicamente con la celebración?
En cuanto a las "clases ilustradas" que mencionas entiendo entonces que te refieres a las que estaban por encima del vulgo en sus niveles de instrucción, esas que Feijoo decía que podían formar parte del público.
Al parecer la mayoría de los toreros era realista. Sin embargo, creo probada la sinceridad de las convicciones liberales de Juan León, Roque Miranda o de, ya a mediados del XIX, José Muñoz "Pucheta". Las persecuciones fernandinas contra el primero
Las provocaciones de Juan León a los absolutistas, desde el albero, eran de antología. Unos espectáculos tremendos con todos los serviles bramando desde el tendido.
No se cartearían, desde luego, estos toreros con Alcalá Galiano o con Argüelles -ni sabrían gran cosa de la Constitución- pero era notoria su toma de partido por los liberales.
Reciba usted mis saludos y, una vez más, mis felicitaciones por su blog.
Pues una vez más gracias por sus comentarios. Y, de nuevo, mi recomendación para que visiten el suyo, que no defraudará. Enhorabuena.
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