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lunes, 30 de diciembre de 2013

Francisco Tadeo Calomarde


Francisco Tadeo Calomarde

Este curioso personaje en el que muchos ven a un ser lleno de contradicciones, pero sobre todo un espíritu pragmático y servil puede ser de mucha actualidad en estos días. A pesar de sus humildes orígenes -era hijo de campesinos-, supo convertirse en mano derecha de Fernando VII, a través de su mentor Antonio Beltrán, con cuya hija se casó para no tardar en olvidarla. El rey le encargó vigilar a sus enemigos, particularmente a los liberales, llegando a ser Subsecretario de Gracia y Justicia. Si durante el Trienio Liberal se vio obligado a mantenerse escondido, con los Cien Mil Hijos de San Luis se convierte en Secretario de la Regencia y, más tarde en Ministro de Gracia y Justicia. 
Enemigo de la libertad, hizo girar la enseñanza primaria sobre la doctrina cristiana, el conocimiento de la lectura, la escritura, la ortografía y las «cuatro reglas» aritméticas. En lo que a los estudios universitarios se refiere en 1824 orienta los planes de estudios hacia el Derecho y la Teología, con vistas a anular las reformas introducidas por los liberales en los grados universitarios. Asimismo, establece la censura de libros en los centros laicos y religiosos y controla ideológicamente a los docentes. En esta misma línea crea nuevas escuelas y fomenta las plantillas de maestros. 
Si bien es cierto que abogó por la abolición del castigo físico, también lo es que creó escuelas de tauromaquia.
Según recuerda Francisco de Paula Mellado, en la época de las Cortes intrigó a favor de que la infanta Carlota fuera designada regente y años más tarde, cuando se creía a Fernado VII en las últimas, lo hizo a favor de que la reina Cristina ofreciera la paz con el infante Carlos. Fue precisamente la infanta Carlota la que llegó justo a tiempo de detener el enredo y tras afearle su conducta le dio una bofetada, a lo que Calomarde replicó «manos blancas no infaman».
Ramón de Mesonero Romanos, que lo conoció personalmente, cuenta lo que sigue en sus Memorias de un setentón:

el ministro de Gracia y Justicia, Calomarde, parecía el más influyente e identificado con el pensamiento del Monarca, y era, por consiguiente, el encargado por este de la represión de las ideas liberales o revolucionarias, de la persecución y anulación de sus partidarios, y de la intolerancia contra todo lo que pudiera dar vuelo al saber, al talento y a la ilustración, colocando para ello, en cabildos, tribunales y cátedras, a todo lo más fanático del bando absolutista, cerrando o abriendo a su antojo las Universidades, y dotándolas de planes de estudios los más retrógrados y mezquinos, con tendencia todo al apagamiento del espíritu público y del vuelo de las inteligencias privilegiadas. Encargábase también el Ministro de ejercer el monopolio de  gracias y mercedes, para concederlas a la ignorancia o al fanatismo político, y lo que es aún peor, al favoritismo y al cohecho.

El gobierno decidió enviarlo a Menorca, pero logró huir e introducirse en un convento de franciscanos, desde donde, disfrazado de monje, viajaría a Francia. Trató de regresar a España y alistarse en las filas de Don Carlos, pero el pretendiente lo rechazó y marchó a Roma. Allí se reavivó su religiosidad y pasó los últimos años ayudando a los emigrados de toda condición. Murió el 21 de junio de 1842.
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