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viernes, 7 de octubre de 2011

Catetismo y presunción

Harta estoy, como tantos, de escuchar necedades, de aquellos que dicen tener el título de historiadores y de los muchos que ni siquiera lo dicen porque no podrían enseñarlo y, sobre todo, porque carecen de ningún conocimiento, de ningún aval y tan solo de una columna o tribuna (llámese también blog, en su caso). Suerte de púlpito desde el que hace doscientos años pregonaban todos aquellos que se creían con cierto aval "gubernamental o público" para dar publicidad a sus opiniones, imposibles de contrastar, por otra parte.Evidentemente, en estos doscientos años, hemos avanzado y mucho en libertad de expresión; pero, como recordaba Emilio Lledó, libertad de expresión es libertad de pensamiento.
En otra ocasión trataré de reflexionar sobre la sabia explicación y el alcance de lo manifestado por el discreto y entusiasta Lledó. Para el caso que nos ocupa, basta decir que, como inmediatamente aclaró, la libertad de expresión tan solo tiene razón de ser cuando nace del pensar, es decir, cuando emana directamente del juicio, fundamentado en la razón.
En fin, que largar por largar, se pongan como se pongan, es cosa de pregoneros, más o menos dotados de oratoria y de público que los jalee, pero que, como ya dijera Feijoo, la opinión del público no es aval de ninguna verdad, por mucho que pueda ser mayoritaria.
Sirva esto para aquellos que se empeñan en decir que la Constitución de 1812 sólo es de Cádiz, porque aquí fue donde se promulgó o que la libertad de imprenta como la de expresión es coto cerrado de periodistas.
También para quien se empeña en sostener que su ciudad es la más bonita del mundo o cualquier disparate por el estilo.

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