El acceso al conocimiento es una de las piedras fundamentales del edificio ilustrado, pero en la España del XVIII sigue estando limitado no solo por el conocimiento del latín que sigue siendo la lengua de la cultura dentro de los círculos eruditos, sino también por las reticencias de la Iglesia y otros círculos de poder a su extensión.
A fin de emancipar la razón y conseguir liberarla de los estrechos márgenes a los que la Iglesia quiere mantenerla limitada con su omnipresente filosofía escolástica, los ilustrados pretenden separa el conocimiento que el hombre puede alcanzar dentro de los límites naturales y el del que compete a las cuestiones de fe, que solo puede lograrse por revelación divina.
Para ello, los ilustrados parten de los planteamientos de Locke y Condillac sobre la inexistencia de ideas innatas:
«... los hombres, con el mero empleo de sus facultades naturales, pueden
alcanzar todo el conocimiento que poseen sin ayuda de ninguna impresión
innata... sería impertinente suponer que la idea de color es innata en
una criatura a quien Dios ha dado vista y poder para percibir el
exterior». (Locke. Ensayo sobre el entendimiento humano, Libro I cap. I).
La siguiente pregunta no tiene más remedio que girar sobre la fuente de la que procede el conocimiento y la respuesta, según Locke, no es otra que la experiencia: «Supongamos,
entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio de
toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a
tenerlas? ¿De dónde se hace la mente con ese prodigioso
cúmulo, que la activa e ilimitada imaginación del hombre
ha pintado en ella, en una variedad casi infinita? ¿De
dónde saca todo ese material de la razón y del
conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia;
he allí el fundamento de todo nuestro conocimiento, y de
allí es de donde en última instancia se deriva. Las
observaciones que hacemos acerca de los objetos sensibles externos o
acerca de las operaciones internas de nuestra mente, que percibimos, y
sobre las cuales reflexionamos nosotros mismos, es lo que provee a
nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar. Éstas
son las
dos fuentes del conocimiento de donde dimanan todas las ideas que
tenemos o que podamos naturalmente tener» (Ensayo, II, C.1).
John Locke |
La diferencia entre Locke y Condillac consiste en que mientras el primero considera que, para la formación de las ideas, de los contenidos mentales, nos servimos de las sensaciones, derivadas de los datos que nos ofrecen nuestros sentidos, y las reflexiones, producto de nuestras operaciones mentales, Condillac solo admite las sensaciones e integra en estas el resto de las operaciones mentales. Así, por ejemplo, entiende que la voluntad es «aquello que poseemos cuando la experiencia nos ha acostumbrado a juzgar
que ningún objeto debe oponerse a nuestros deseos. Yo quiero significa
yo deseo y nada puede oponerse a mi deseo; todo debe concurrir a él». Si bien, Condillac tiene en cuenta otra acepción de la palabra voluntad, más amplia, «una facultad que
comprende todas las costumbres que se originan en la necesidad, los
deseos, las pasiones, la esperanza, la desesperación, el temor, la
confianza, la presunción y muchas más de las que es fácil hacerse idea».