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domingo, 16 de diciembre de 2012

La tertulia de Manuel José Quintana y el periodismo

         Es bastante frecuente que, dado el escaso margen de libertad que existía en la España de fines del XVIII y principios del XIX. Muchos escritores, artistas, funcionarios de las más distintas profesiones liberales, se reunieran en torno a un anfitrión para discutir sobre los temas que les inquietaban o comunicarse sus ideas o escritos. Una de estas era la tertulia que se reunía en torno a Quintana, en Madrid y a la que, según nos recuerda Blanco White en sus Cartas de Españaasistían Isidoro Antillón, Antonio de Capmany, Juan Bautista Arriaza, José Somoza, Juan Nicasio Gallego y Cienfuegos. A ellos habría que añadir el nombre de Mariano Carderera, colaborador del Memorial Literario, y otros que acudirían a ella con menor asiduidad.
          En el seno de dicha tertulia y, a pesar de que Carlos IV había determinado por una Real Orden de 28 de abril de 1804 que se extremara la censura de los periódicos existentes y se prohibiera la edición de los nuevos, nacerían las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes (1803-05), donde escribirían, además del propio Quintana, Juan Álvarez Guerra, José Rebollo, Eugenio de la Peña, Juan Blasco Negrillo, José Miguel Alea y José Folch, además de otros escritores del momento como Juan Nicolás Böhl de Faber, José Munárriz, Mª Rosa Gálvez, García Suelto, entre otros que lo hicieron más o menos ocasionalmente. Como ha estudiado José Checa Beltrán, en su análisis sobre esta revista, a través de la crítica literaria de las obras que iban publicándose en España y en Europa, se introducía una cierta opinión sobre la res publica, las cuestiones que afectaban al gobierno de la nación, de manera subrepticia. 

          De las relaciones establecidas en esta misma tertulia y, al calor, de la nueva coyuntura que propiciaría la posibilidad de introducir reformas en el gobierno de la patria, surgirá el Semanario Patriótico, que se publica ya en un contexto muy diferente, el de la Guerra de la Independencia, iniciada tras el levantamientos del 2 de mayo y aprovechando un vacío de poder, consecuencia de la cesión borbónica de la corona en manos de Napoleón. 
          En este periódico colaboraron Isidoro Antillón, José María Blanco, Juan Álvarez Guerra, Eugenio de Tapia y Alberto Lista, Quintana pasa de ejercer un periodismo literario a otro de carácter político. Como es bien sabido, el Semanario Patriótico se inició en el mes de septiembre -muy poco después del levantamiento y en pleno desarrollo del movimiento juntista-, que provocaría una novedosa manifestación de la opinión pública, hasta la fecha silenciada. Precisamente, ante esa emergente expresión de la opinión política, Quintana tomó conciencia de la fuerza que esta podía tener y de la necesidad de formar e informar a ese pueblo que estaba empezando a interesarse tanto por las cuestiones bélicas como por los asuntos de estado.
          Las reformas que propone el Semanario no son tibias, pues apuesta por cambiar el «gobierno interior» y así, en su primer número de 4 de mayo, fecha previa a la constitución de la Junta Central, aboga por un «Gobierno supremo, ejecutivo, a quien confíe la Nación entera sus facultades», así como por la convocatoria de unas Cortes Generales «porque el pueblo las desea, y de sus deliberaciones espera la prosperidad a que le hace acreedor sus largos sufrimientos y los inestimables sacrificios que le ha costado el rescate de su patria». Una revolución, iniciada con los sucesos de El Escorial de 31 de octubre de 1807, está en marcha, pero este proceso -la reacción contra el despotismo- debe explicarse a la opinión pública para que sea este pueblo el que la sancione y asuma el camino de la independencia política y la libertad civil. 
         A este fin, pronto empezaron a publicarse en el Semanario artículos en los que Quintana introducía algunos conceptos jurídicos y políticos que pudieran predisponer al público a nuevas formas de gobernar. En este contexto, como señala Raquel Linaje, deben leerse sus «Reflexiones sobre el patriotismo» (Semanario Patriótico nº III, 15 de septiembre de 1808), otro en el nº 4 de 22 de septiembre invoca a la «soberanía de la nación», sobre Política (Semanario Patriótico nº IX, 27 de octubre de 1808), la «Causa del Escorial» (Semanario Patriótico nº XIII, 24 de noviembre de 1808).
         El Semanario conocería luego, cuando tras la huida de Madrid, la mayor parte de ellos logra reunirse en Sevilla, una segunda etapa inciada el 4 de mayo de 1809, Lo hará de la mano de Isidor de Antillón y de José Mª Blanco, como recuerda el propio Blanco White en las páginas de El Español. De los escritos de esta etapa cabe recordar los que escribe José Mª Blanco para explicar las necesidades de las reformas políticas y de los problemas que se plantean. Así, «Del egoísmo político» (Semanario Patriótico nº XVI, 11 de mayo de 1809), «De los nombres de libertad e igualdad» (Semanario Patriótico nº XVIII, 25 de mayo de 1809), que se continúa en el número XIX (1 de junio), donde se establece que «La libertad política no se opone a la monarquía» y en el nº XXII de 22 de junio. Igualmente oportuno resulta el «Problema político» (Semanario Patriótico nº XXVIII, 3 de agosto de 1809), donde Blanco denuncia la tendencia al abuso del que ejerce el poder supremo y cómo evitarla, para, en los números XXX y XXI, examinar el modo de elección y organización de los cuerpos nacionales y la dificultad de equilibrar los distintos poderes
         Quintana volverá a tomar las riendas del Semanario en su etapa gaditana y desde sus páginas volverá realizar un ejercicio de pedagogía política, al explicar, entre otras cuestiones, de qué modo la opinión pública se constituye en el único límite de la actuación de los diputados (Semanario Patriótico nº XXXIII, 22 de noviembre de 1810). 
        No obstante, una vez alcanzado el objetivo de dotar a la nación de una Constitución, Quintana considera cumplida su misión y, tras la proclamación de dicho texto, el Semanario patriótico dejará de publicarse.  
   

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