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sábado, 13 de julio de 2013

Savater: «Educando a los primeros ciudadanos»


           Fernando Savater clausuró el pasado viernes el XVII Coloquio Nacional de historia de la Educación, organizado por la UCA junto con la Sociedad Española de Historia de la Educación (SEDHE), y dedicado a «La Constitución de Cádiz: genealogía y desarrollo del sistema educativo liberal». En el marco de su intervención, «Educando a los primeros ciudadanos», Savater hizo algunas reflexiones sobre las relaciones de la educación con la política y la sociedad, recordando la importancia que concedieron los ilustrados y los doceañistas a la educación como pilar de la sociedad. Al mismo tiempo, planteó algunas dificultades que encierra la tarea de educar, guiar, encaminar, al discípulo para ofrecerle la posibilidad de alcanzar una educación integral, fundamentada en la razón, aunque sin obviar que se trata con seres humanos y, por tanto, seres con una doble dimensión racional y emocional. En todo caso, advirtió que «los caminos de acuerdo con el resto de los ciudadanos tienen que ver más con la razón que con el sentimiento». 
           Todo ello significa que al educando hay que señalarle lo que es correcto o incorrecto, lo que se sostiene racionalmente y lo que atenta a la razón, lo que es bueno para él y para los demás y lo que no. Savater insistió en su apuesta por la educación laica y que esta es siempre un asunto público, porque afecta a toda la sociedad, al margen de las fuentes de su financiación.
Recordó, por otra parte, que «sin educación ciudadana no hay ciudadanos» y que «El tiempo de la educación no es el tiempo de la política», por lo que corresponde a la sociedad demandarla. El problema -aseguró- es que solo aquel que ha sido educado, y aprecia su valor, es capaz de ver la necesidad de exigirla y que los políticos solo hablan de educación para derribar al contrario, pero que no se ocupan del fondo de la cuestión. 
           A preguntas del público sobre las medidas de Wert, consideró que la polémica se está centrando demasiado en el ministro y que no ve mal que se exija un rendimiento a todos los universitarios, porque, independientemente de las becas, la sociedad invierte mucho en la Universidad, aunque le parece que deben existir becas para ayudar a las familias que lo necesiten y que el tema de las notas, como otros detalles, pueden ser discutible. 
           También se preguntó por qué no se analiza las razones del excesivo número de universitarios en relación con otros países europeos. Uno de los asistentes ofrecio a este respecto un dato interesante, en el instituto donde trabaja -y puede ser algo más generalizado-, se exige un notable para cursar una formación profesional, tal como  carrocería y automoción, frente al aprobado de unos estudios de bachillerato. 
              En todo caso, quedó claro que, en la actualidad, «la educación cosmopolita, integral, del ciudadano es el objetivo olvidado».

domingo, 7 de julio de 2013

Emigrados: España y el exilio internacional, 1814-1834


            Como figura en la propia edición, el autor ofrece «una historia de la emigración política de liberales y afrancesados españoles durante el reinado de Fernando VII, ubicándola en el contexto del amplio exilio que afectó al mundo euroatlántico durante el primer tercio del siglo XIX». Se trata del exilio a que se vieron forzados muchos liberales que no consiguieron escapar a la represión del monarca absoluto, o que temieron por su vida nada más conocer las primeras noticias del regreso de Fernando VII.
          En primer lugar, la obra analiza «la experiencia del exilio español en Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Latinoamérica, además de considerar a España como país receptor de exiliados durante el Trienio Constitucional (1820-1823). A través del análsis de las actividades conspirativas, políticas, literarias, periodísticas y educativas de los emigrados, se quiere mostrar el papel central que el fenómeno del exilio tuvo en la formación y extensión del liberalismo y del republicanismo a nivel global, poniendo de manifiesto la exitencia de contactos y tranferencias transnacionales».
          Lejos de quedarse en este primer nivel, el libro contribuye a poner de relieve el alcance que estos exilados tuvieron en Europa y América y lo que esos significó para las relaciones políticas internacionales. Como señala el autor, «España trataba de resolver la crisis identitaria surgida de la descomposición de la monarquía en un contexto de persecución política», al tiempo que en ella «se ponían los cimientos de la nación liberal».
          Para hacer este libro, Simal cuenta con la experiencia previa de haber dedicado algunos trabajos a la figura de Félix Megía, uno de los editores del periódico El Zurriago, a quien Ángel Romera dedicó igualmente un espléndido trabajo.
          Simal comienza analizando el desarrollo del liberalismo y el republicanismo en el contexto de la Europa de la Restauración, no ajena a los movimientos políticos que se daban en el mundo Atlántico. Se trata de ver el exilio como una de las dinámicas transnacionales en las que destacaron fenómenos como el liberalismo y el republicanismo, pero también la contrarrevolución. Los capítulos 3º a 6º recorren la geografía de los exilios, haciendo especial hincapié en cuatro fechas claves: 1814, 1820, 1823 y 1830. A continuación, los capítulos 7 y 8 examinan las actuaciones de los exilados en un contexto global, pero con tres objetivos muy claros: derribar la Monarquía de Fernando VII, cultivar la literatura para sustentar la acción política y «participar en proyectos educativos conectados con el ideario liberal y republicano».
            Finalmente, el capítulo 8 se dedica a examinar los discursos con que el exilio contribuyó al desarrollo internacional de la causa liberal, al tiempo que se «reflexiona sobre la identidad española en el exilio, en el contexto de la desintegración del imperio español y la aparición de nuevas adscripciones nacionales».
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