Como adelanté ayer, la de anoche fue una espléndida velada. Menos mal que ya va anocheciendo más tarde y el viernes anuncia el ansiado fin de semana que nos permite reponernos de las horas que hemos ido robando al sueño en los días precedentes.
Como las "Tertulias que hacen Historia", la que mantuvimos anoche en el café de Tere Torres, muy bien conducida por la periodista Charo Ramos, fue una ocasión espléndida para viajar por nuestra historia, asomarnos al esplendor cultural del XVIII gaditano, emocionarnos con la efervescencia política del Cádiz de las Cortes, evocar las vivencias de tabernas y cafés de aquellos años, y, especialmente en este ciclo de "Mujeres en el café", recuperar la historia desconocida, tapada o eliminada de unas mujeres que también tienen derecho a formar parte de nuestra memoria cultural.
Mujeres que lucharon por participar en la vida política, por intervenir en aquellos debates de los que las Cortes habían querido expulsarlas, crear opinión pública, y publicarla, ya fuera en folletos, libros o periódicos que con tanta avidez eran leídos en aquellos años, aunque se las mirara como "marisabidillas" o "literatas", que mejor debían ocuparse de las labores domésticas en vez de instruir al público; mujeres en fin con una tenacidad, una capacidad y un espíritu de lucha que estimula a reflexionar sobre el presente.
Sin nostalgia, pero sí con la conciencia crítica de que los gaditanos debemos hacer más por conocer nuestra historia, por saberla transmitir a nuestros allegados y a quienes nos visitan, por convencernos de que aquel mundo tan bien recreado por Ramón Solís o más recientemente por Alberto González Troyano en El Cádiz Romántico: un paseo literario -os invito a leerlo- nos sigue aportando mucho hoy, si sabemos apreciar su legado.
Un Cádiz misterioso y atractivo, rico en su comercio pero sobre todo en su cultura, su música, su pintura, su literatura... Un Cádiz, en fin, con el que ciudadanos y políticos debían identificarse y tener la suficiente sensibilidad -más allá del Bicentenario- para saber enseñar a disfrutar a nuestros hijos y también, desde luego, a esos viajeros que ya en otras ocasiones, hace más de 200 años, se sintieron atrapados por su belleza, sus costumbres liberales, su cosmopolitismo y su afán de abrirse y absorber aquellas novedades -políticas y culturales- que venían de Europa y América.
Pero no lo olvidemos, como apunté ayer, es necesario que nos convenzamos de que nuestro presente y nuestro futuro, nuestros derechos, como el de la libertad de expresión, entre otros, no atañe solo a políticos o periodistas, sino a todos los ciudadanos, y es precisamente la falta de ciudadanos activos lo que puede poner en peligro una democracia, que hace 200 años no pudo ser, pero que, aun cuestionada, vive hoy.
Ese aviso, el de la necesaria conciencia y lucha ciudadana, es el legado del Bicentenario.
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