Ya que algunos del público asistente nos impidieron escuchar como se merecía el Te Deum de Zabala, puede decirse que lo mejor del día fue, sin duda, el espectáculo homenaje La Pepa que estrenó ayer Sara Baras en el Falla. Un homenaje a Cádiz, a la libertad, a sus costumbres, a sus cantes, a sus gentes -quizás excesiva la reivindicación del protagonismo del pueblo libre, ojalá lo sea en un futuro. Lo cierto es que, salvo el comportamiento impropio de algunos que, desde la platea o las butacas, trataban de grabar, sin el menor respeto, la magnífica actuación de Sara y su compañía, el espectáculo fue estupendo.
El taller Torres&Cosano y la empresa RAS subrayaron la profesionalidad en sus respectivos ámbitos de este estreno, a pesar de algunos detalles en el vestido final de Sara que no empañaron el buen hacer de la ejecución. Sara lo había trabajado profundamente y con rigor, así que ambas empresas contaron desde el inicio con un extenso dossier en que quedaban claras las ideas de la artista, aunque lógicamente, los profesionales del vestuario y la escenografía debían añadir su propia visión, experiencia y saber hacer.
Lo mejor, además del juego de luces y del colorido del vestuario son los bailes, las alegrías, fandangos, seguidillas, las farrucas y el zapateado. Un zapateado, tanto el ejecutado por José Serrano, como particularmente los que en diferentes momentos nos ofreció Sara Baras, que nos adentraba en un mundo antiguo. Un zapateado en el que la bailaora parecía querer conectar con la tierra y preñarla de libertad, un zapateado que me recordó también a la música y a los bailes preflamencos, que tan bien evoca Juan Ignacio González del Castillo en sus sainetes y que ejecutaban las gitanas de Cádiz, como recuerdan algunos viajeros foráneos que visitaban estas tierras en el siglo XVIII.
En fin, un espectáculo, deslumbrante y emocionante, que también representa lo mejor del flamenco y del Cádiz actual, que, al mismo tiempo, hace un guiño a su mejor tradición.
El taller Torres&Cosano y la empresa RAS subrayaron la profesionalidad en sus respectivos ámbitos de este estreno, a pesar de algunos detalles en el vestido final de Sara que no empañaron el buen hacer de la ejecución. Sara lo había trabajado profundamente y con rigor, así que ambas empresas contaron desde el inicio con un extenso dossier en que quedaban claras las ideas de la artista, aunque lógicamente, los profesionales del vestuario y la escenografía debían añadir su propia visión, experiencia y saber hacer.
Lo mejor, además del juego de luces y del colorido del vestuario son los bailes, las alegrías, fandangos, seguidillas, las farrucas y el zapateado. Un zapateado, tanto el ejecutado por José Serrano, como particularmente los que en diferentes momentos nos ofreció Sara Baras, que nos adentraba en un mundo antiguo. Un zapateado en el que la bailaora parecía querer conectar con la tierra y preñarla de libertad, un zapateado que me recordó también a la música y a los bailes preflamencos, que tan bien evoca Juan Ignacio González del Castillo en sus sainetes y que ejecutaban las gitanas de Cádiz, como recuerdan algunos viajeros foráneos que visitaban estas tierras en el siglo XVIII.
En fin, un espectáculo, deslumbrante y emocionante, que también representa lo mejor del flamenco y del Cádiz actual, que, al mismo tiempo, hace un guiño a su mejor tradición.
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