Desde luego la celabrada ayer en la que fuera casa de Guillermo Uhthoff (hoy sede de la UNED), fue una de esas tertulias inolvidables.
Como anuncié los temas daban para mucho y, como no podía ser de otra manera, la participación del público así lo mostró. Por eso será necesario más de una entrada para dar cuenta de ella.
Tanto a Guillermo Boto, que presentará en breve su libro Los toros de la libertad editado por la Fundación José Tomás, como a Faustino Núñez que hará lo propio con su libro Cádiz y lo flamenco en torno a 1812, les pedí que iniciaran su intervención con una somera explicación sobre lo que supuso el mundo de la Ilustración gaditana para la conformación del toreo y el flamenco.
En opinión de Boto, autor de Cádiz, origen del toreo a pie, el toreo a lo moderno nació en Cádiz el reinado de los últimos Austrias, cuando a mediados del XVII la Hermandad de San Antonio proponer hacer una corrida de toros para recaudar fondos para construir la iglesia de su nombre, en lo que entonces se conocía como «Campo de la Jara», que era la plaza de Armas de la ciudad, mientras en la plaza de la «Corredera» -actual San Juan de Dios- solían celebrarse las lidias ecuestres y juegos de toros y cañas. Lo curioso, añadió Boto, es que en un cuadro de esta misma época, que se conserva en el Museo Municipal y fue donado por la familia Aramburu, se observa la celebración de una corrida de toros con toreros a pie y picadores o varilargueros, como se les denominaba en la época. Ese el germen del espectáculo actual, donde sigue ejecutándose el toreo a pie con picadores, según se comprueba en la representación del mencionado cuadro..
Así no es extraño que en 1796, José Delgado (Pepe-Illo) publicara la primera Tauromaquia en la imprenta gaditana de Manuel Ximénez Carreño, que junto a la del chiclanero Paquiro -ya en el siglo XIX- serían fundamentales para el desarrollo del arte del toreo a pie, a pesar de que las corridas de toros fueran prohibidas por Godoy en 1805.
Por su parte, Faustino Núñez empezó su intervención recordando el papel que la tonadilla escénica del siglo XVIII -pieza teatral cantada y bailada en un acto- tuvo en la fama de la ejecución de los bailes «a lo gitano», donde cabe situar el germen de lo flamenco. No quiere esto decir que tales tonadillas, que Núñez ha estudiado en su Guía comentada de música pre-flamenca, fueran ejecutadas por gitanos, sino por actores que imitaban el modo en que los gitanos interpretaban el folklore andaluz. En tales tonadillas, como en muchos sainetes de la época -especialmente del madrileño Ramón de la Cruz y del gaditano Juan Ignacio González del Castillo- se encuentran bailes españoles como las seguidillas, boleras, zapateados, oles, jaleos, fandangos, tangos, que tuvieron amplio recorrido en los teatros españoles y europeos del XIX y que constituyen el germen de algunos de los palos del flamenco.
Entre estas actrices, Rosario Fernández «la Tirana», aquí retratada por Goya, junto con la motrileña Mª Antonia Fernánez Vallejo, «la Caramba», fueron algunas de las más afamadas «tonadilleras» que triunfaron en el Madrid de Carlos III y algunas como «la Caramba» ya lo habían hecho en los coliseos gaditanos, pues los teatro de Cádiz constituían un trampolín para triunfar en la Corte, como bien estudió Emilio Cotarelo y Mori.
Pero no hay que olvidar la importancia del acompañamiento de guitarra que distingue a muchos de estos cantes y bailes, como también recuerda «Don Preciso» (Juan Antonio de Iza Zamácola) en su libro Colección de las mejores coplas de Seguidillas, Tiranas y Polos que se han compuesto para cantar a la guitarra (1799).
Este mundo pre-flamenco y taurino «a lo moderno» es lo que pudieron encontrar los diputados que llegaron a Cádiz en 1810 para elaborar la Constitución que sería promulgada en 1812. Pero el desarrollo de estos espectáculos en esta ciudad asediada, crisol de razas y culturas -europeas, africanas y americanas- lo dejaré para una próxima entrada.
Como anuncié los temas daban para mucho y, como no podía ser de otra manera, la participación del público así lo mostró. Por eso será necesario más de una entrada para dar cuenta de ella.
Tanto a Guillermo Boto, que presentará en breve su libro Los toros de la libertad editado por la Fundación José Tomás, como a Faustino Núñez que hará lo propio con su libro Cádiz y lo flamenco en torno a 1812, les pedí que iniciaran su intervención con una somera explicación sobre lo que supuso el mundo de la Ilustración gaditana para la conformación del toreo y el flamenco.
En opinión de Boto, autor de Cádiz, origen del toreo a pie, el toreo a lo moderno nació en Cádiz el reinado de los últimos Austrias, cuando a mediados del XVII la Hermandad de San Antonio proponer hacer una corrida de toros para recaudar fondos para construir la iglesia de su nombre, en lo que entonces se conocía como «Campo de la Jara», que era la plaza de Armas de la ciudad, mientras en la plaza de la «Corredera» -actual San Juan de Dios- solían celebrarse las lidias ecuestres y juegos de toros y cañas. Lo curioso, añadió Boto, es que en un cuadro de esta misma época, que se conserva en el Museo Municipal y fue donado por la familia Aramburu, se observa la celebración de una corrida de toros con toreros a pie y picadores o varilargueros, como se les denominaba en la época. Ese el germen del espectáculo actual, donde sigue ejecutándose el toreo a pie con picadores, según se comprueba en la representación del mencionado cuadro..
Así no es extraño que en 1796, José Delgado (Pepe-Illo) publicara la primera Tauromaquia en la imprenta gaditana de Manuel Ximénez Carreño, que junto a la del chiclanero Paquiro -ya en el siglo XIX- serían fundamentales para el desarrollo del arte del toreo a pie, a pesar de que las corridas de toros fueran prohibidas por Godoy en 1805.
Por su parte, Faustino Núñez empezó su intervención recordando el papel que la tonadilla escénica del siglo XVIII -pieza teatral cantada y bailada en un acto- tuvo en la fama de la ejecución de los bailes «a lo gitano», donde cabe situar el germen de lo flamenco. No quiere esto decir que tales tonadillas, que Núñez ha estudiado en su Guía comentada de música pre-flamenca, fueran ejecutadas por gitanos, sino por actores que imitaban el modo en que los gitanos interpretaban el folklore andaluz. En tales tonadillas, como en muchos sainetes de la época -especialmente del madrileño Ramón de la Cruz y del gaditano Juan Ignacio González del Castillo- se encuentran bailes españoles como las seguidillas, boleras, zapateados, oles, jaleos, fandangos, tangos, que tuvieron amplio recorrido en los teatros españoles y europeos del XIX y que constituyen el germen de algunos de los palos del flamenco.
Entre estas actrices, Rosario Fernández «la Tirana», aquí retratada por Goya, junto con la motrileña Mª Antonia Fernánez Vallejo, «la Caramba», fueron algunas de las más afamadas «tonadilleras» que triunfaron en el Madrid de Carlos III y algunas como «la Caramba» ya lo habían hecho en los coliseos gaditanos, pues los teatro de Cádiz constituían un trampolín para triunfar en la Corte, como bien estudió Emilio Cotarelo y Mori.
Pero no hay que olvidar la importancia del acompañamiento de guitarra que distingue a muchos de estos cantes y bailes, como también recuerda «Don Preciso» (Juan Antonio de Iza Zamácola) en su libro Colección de las mejores coplas de Seguidillas, Tiranas y Polos que se han compuesto para cantar a la guitarra (1799).
Este mundo pre-flamenco y taurino «a lo moderno» es lo que pudieron encontrar los diputados que llegaron a Cádiz en 1810 para elaborar la Constitución que sería promulgada en 1812. Pero el desarrollo de estos espectáculos en esta ciudad asediada, crisol de razas y culturas -europeas, africanas y americanas- lo dejaré para una próxima entrada.
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