Generalmente suele pensarse que en el siglo XVIII el ámbito en que las mujeres solían actuar era el doméstico, el espacio privado del hogar, de la familia, donde la mujer ejercía su limitada esfera de acción. Todo lo más, como en el caso de la tapada de la imagen del Museo de América, la mujer salía ocasionalmente, y recatadamente ataviada, para ir a la iglesia.
Y lo harán acompañadas de un cortejo, es decir, un hombre joven, soltero, que las asistía como acompañante e incluso tenía el privilegio de acceder al espacio privado del estrado, ese lugar retirado, separado generalmente por una tarima, donde las mujeres hacían sus labores de costura o índole similar.
A esa costumbre, la del cortejo o chischibeo -también escrito o chichisbeo-, le dedicó Eugenio Gerardo Lobo un poema.
Si hacemos caso de los burlescos sainetes, los cortejos, con alguna frecuencia, incluso las acompañaban al tocador.
En todo caso fue una costumbre foránea que iría convirtiéndose en moda y cambiando los usos de la sociabilidad.
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