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miércoles, 17 de diciembre de 2014

El sensualismo de Locke y Condillac en la base de la filosofía ilustrada (II).

Al hilo de mi entrada anterior, cabe recordar que muy pronto llegaron a España los primeros ecos de la Lógica o los primeros elementos del arte de pensar, de Condillac, del que Valentín de Foronda hizo una adaptación dialogada en 1794, luego reeditada en 1800. Años más tarde el militar Bernardo María de la Calzada la traduciría en 1817.
   De 1805 data la traducción del Lenguaje de los cálculos realizada por Josefa Alvarado, marquesa de Espeja.
La única fuente de conocimiento, señala Condillac, es la experiencia:
«… la experiencia me enseña con una gran prontitud , ya por medio del dolor , ó ya del placer , el uso que debo hacer de aquellas cosas que me son absolutamente necesarias» (Lógica).
Por otra parte, la atención, la reflexión, la imaginación, «la comparación, el juicio, en una palabra, el entendimiento , no era más que la sensación tranformada», como explicaba el redactor de la Crónica científica y literaria en 1819, al comentar el sistema filosófico del autor. Incluso la memoria «no es más que la sensación [pasada] transformada».
  Algunos pensadores españoles abrazaron sus ideas, pero, en general, su sistema incurrió pronto en descrédito en nuestro país a causa de un planteamiento escéptico que le llevaría a firmar que «Todo lo que se podría y debería razonablemente deducir es que los cuerpos son seres que provocan en nosotros sensaciones, y que tienen propiedades de las que no sabemos nada con seguridad», lo que para sus enemigos era indicio de materialismo.
Etienn Bonnot de Condillac
Una acusación insostenible al contrastarla con la declaración explícita de Condillac de su creencia en Dios: «cuando observo que los fenómenos nacen unos de otros, como una cadena de causas y efectos, necesariamente he de ver una causa primera y la idea de causa primera es la que me formo de Dios» . Y un poco mas adelante:
   «Habiéndole sido dadas al hombre sus necesidades y sus facultades, también se le dan las leyes, y, aunque la hagamos nosotros, Dios, que nos ha creado con tales necesidades y facultades es, realmente, nuestro único Legislador». 
  Condillac también asumió la existencia de un alma inmaterial y espiritual, pero lo cierto es que sus detractores no otorgaron demasiada credibilidad a estas profesiones de fe.

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